10 de julio de 2012

Chilla Gutiérrez

P

ero, ¿dónde? Como un condenado, grita. ¿Dónde está? Ni idea. “Buen día, joven”. Hola, viejo puto. No me hablés, por favor. Hacé lo que tengas que hacer, pero no me hables de más, por favor, viejo de mierda. ¿No lo escuchás a Gutiérrez? “Vengo para actualizar el plazo fijo, tome, acá en este papelito le anoté el número de cuenta, mi nombre y mi DNI”. Y a mí qué carajo me importa dónde anotás tus datos de mierda, viejo. ¿Por qué no lo ponés a renovar automáticamente, la concha de tu madre? ¿Y si es el infierno?

26 de junio de 2012

Himalia


stás sentado en un cráter de la Luna. Tomando un mate. Espumoso, rico. Se te complica un poco esto de tomar mate en la Luna, y tuviste que adaptarle un pequeño inyector al termo para que el agua le entre bien al mate; sin ese coso se te dispersaba y terminaba quemándote la mano. Lo más difícil fue con la bombilla. Apenas chupabas se te venía todo el líquido junto. Tuviste que aprender a chupar de a poquito. Pausado. Tenés la corazonada de que hay alguien (cuando pensás “alguien” estás pensando en alguien como vos, y no en un negro cabeza) en algún otro cráter de la Luna. Mientras, te preguntás qué pasó con las piedras que hicieron semejantes buracos. ¿Golpearon en la Luna y rebotaron?

18 de junio de 2011

Sueño colectivo


l niño mira las calles que va recorriendo el colectivo. Nada le llama mucho la atención, aunque tampoco podríamos decir que esté aburrido. Solo mira. A su lado, pegada a la ventanilla, está su madre. El niño piensa que mejor sería que él vaya del lado de la ventanilla, así aumentaría su visión panorámica del mundo ahí afuera. Sin embargo, no se queja. Nota que su madre está absorta en sus pensamientos, y prefiere no molestarla.
   Es un día de otoño de 1977, y el Buenos Aires que rodea al colectivo está teñido de un gris ceniza que va opacando y absorbiendo los colores como una mezcladora de cemento engulle las piedritas de ladrillo que por error fueron a parar a sus fauces.

3 de mayo de 2011

O Ene Ge


 Lucas le costó mucho atender el portero eléctrico. Tenía una resaca terrible. No recordaba a qué hora se había acostado, y además se había dormido con la ropa puesta.
    -Hola.
    -...
    -Hola, ¿quién es?
    -...
    -¡Andá a cagar, boludo! ¡Si te agarro te mato, puto!
    Colgó el portero. Si al menos no tuviera roto el visor electrónico podría haber visto quién era el gracioso, se lamentó. Puso la pava en el fuego. Dudaba entre hacerse un mate o un café. La cabeza le dolía mucho y decidió darse una ducha. Apagó el fuego de la pava.
    Cuando entró al baño encontró el inodoro vomitado, y notó salpicaduras en el sector del piso que rodea al inodoro. No recordaba haber ido al baño la noche anterior. Tiró la cadena un par de veces y arrojó desodorante de ambiente, hasta que el olor a podredumbre ácida fue reemplazado por el olor no menos insoportable del desodorante. Lucas agarró el tubo y leyó la fragancia. “Bebé”. “Parece el olor de un bebé recién cagado”, pensó. Volvió a la cocina a buscar un trapo de piso. Lo encontró. Prendió el fuego de la pava.

15 de diciembre de 2010

Primeras aproximaciones a la muerte


ste niño... ¿qué tendrá? Tendrá tres, cuatro, a lo sumo cinco años. Está en el departamento (dicho sea de paso: maldito departamento de la calle Billinghurst. Con tu nombre tan rebuscado, esa hache desubicada, esa elle no pronunciada. Qué manera de joderme. Cómo te metés una y otra vez en mis sueños. No pasan semanas sin que sueñe con vos. Mejor dicho, me sueño en vos. Algún día voy a describirte, y de esa forma intentar exorcizarte, mierda de hermoso departamento). Decía, el niño tiene unos cuatro años y está jugando solo a lo que sea que juegan los niños solos a esa edad. Está en el departamento con su madre. El silencio casi absoluto que envuelve al comedor le permite concentrarse a fondo en sus quehaceres lúdicos. Pero, ¿está la madre? El niño deja por un momento de jugar y trata de recordar. ¿Habrá salido la madre a comprar cigarrillos, más específicamente Particulares 30, como todos los días? Es muy probable, ya que no se escuchan los ruidos habituales de su madre haciendo lo que hagan las madres jóvenes de niños de cuatro años. Sin embargo, el niño no recuerda ningún saludo, nada de ya vuelvo, voy al kiosco, ¿querés algo? El niño se encoge de hombros, sigue jugando y se olvida del asunto.

25 de octubre de 2010

Tristeza Cuatro


oltó por un momento el changuito de las compras, sacudió sus pies sobre la alfombrita ubicada en la puerta para sacarse la arena de la suela de sus zapatillas y entró a la cabaña. Ordenó, fiel a su costumbre, todos los comestibles en su sitio. Los fideos y el arroz, en la alacena sobre la bacha. La leche, la cerveza y la manteca, en la heladera.
    De afuera llegaban amortiguados los ladridos de dos perros, o a lo sumo tres. “Tesa”, como la llamaba su dueño, se puso a calentar el guiso que había sobrado de la noche anterior. Luego, al dirigirse a ordenar el dormitorio ubicado en el piso superior, se paró frente al espejo redondo debajo de la escalera. Como todos los días desde hacía varias semanas se puso a practicar las dos nuevas sonrisas que le había enseñado Patroncito. No le convencía el momento de la mueca en que los labios se despegaban y asomaban los dientes; le parecía muy artificial. El vidrio astillado del espejo (producto de una rabieta de Patroncito) le dificultaba la visión, pero era el único espejo que quedaba en la cabaña.

15 de septiembre de 2010

Soñador busca mujer


iecisiete minutos, la misma cantidad de tiempo que le quedaba de vida, le costó al hombre del sobretodo beige identificar a su cita. Todo un récord. Nunca le había llevado más de diez.
    Tanta demora lo perturbaba, pero se consolaba pensando que las cuatro  esquinas estaban muy llenas de gente. Para peor, luego de un minucioso exámen, llegó a contar seis mujeres con tapado rojo.
    ¿Cuál de ellas era su geminiana cultora de la ironía y el buen humor? Su ignorancia acerca del mundo textil le impidió sacar el máximo de partido a su segunda seña: la pollera de gabardina. ¿Cómo será esa tela?, se preguntaba mientras alternaba su vigilancia entre las cuatro mujeres con tapado rojo y pollera, desechando a las de pantalón.
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